sábado, 31 de octubre de 2015

Relato de Halloween

El miedo nace en las personas, en sus mentes, el miedo deriva de la locura personal del ser humano. Todos estamos locos, no hay forma alguna de que una sola persona en el mundo este totalmente cuerdo, esto Eon lo sabía.
Aquella noche no llovía como las anteriores, la niebla no inundaba el terreno, no hacía demasiado frío. Aquella noche era preciosa y las estrellas brillaban más que nunca sobre el Hotel Humblebone. Eon sacó su equipaje con dificultad y tocó el pequeño timbre de la recepción adornada con motivos Navideños. Un gran abeto decorado con bolas roja escarlata se alzaba ante sus ojos dando la sensación de calidez.

Pasaron los minutos y la recepción continuaba vacía, Eon siguió tocando el timbre, desesperada, el habitáculo era bonito pero lo único que le apetecía en ese momento era un baño caliente. Un señor delgado salió de una puerta tras el mostrador, parecía tener mas de un siglo, su traje se ajustaba perfectamente a su cuerpo, le daba un toque elegante a la vez de respetable. Su tez era muy pálida a juego con su pelo cano.

-Buenos días señorita, disculpe la tardanza, hemos tenido algunos imprevistos esta noche, ¿En qué puedo ayudarla?

Su voz transmitía serenidad, sabiduría, parecía pensar detenidamente cada palabra antes de pronunciarla y seleccionarlas para decir justo las necesarias. Ni una más ni una menos.

-Tengo una reserva de habitación, la 664.

-De acuerdo, Eon Stringger, ¿No?

Revisó varios papeles tras colocarse unas gafas de media luna sobre la nariz.
Sacó la llave de una pequeña cajita roja metálica y se la tendió con respeto a Eon que esperaba paciente.

-Llamaré al botones para que la acompañe, señorita Stringger.

-No es necesario, señor, iré yo misma.

Dejo atrás al recepcionista mientras subía las escaleras cuya barandilla estaba adornada de forma navideña. A Eon le gustaba la navidad y más aún todos los adornos, le hacían sentir como en casa.

Conforme fue subiendo los adornos iban desapareciendo, en la quinta planta solo había una corona de hojas en la puerta 560, en la sexta, la suya, no había ni rastro de navidad.

La habitación era pequeña pero acogedora, la 664 era simple, una cama, un televisor, una pequeña mesita y un baño; pero lo que verdaderamente le gustaba a Eon era la pequeña terrazas con vistas a la montaña. Podía empezar a contar las estrellas y no podría acabar nunca. Le gustaba la falta de contaminación lumínica y acústica.

Dos golpes secos retumbaron en la puerta de la habitación.

-¿Quién es?- preguntó la muchacha mientras se acercaba a abrir la puerta, pensando que sería el botones o el servicio en general.

Puso el ojo en la mirilla de la puerta pero no vio a nadie al otro lado, ni siquiera al abrir la puerta y mirar a ambos lados del pasillo, oscuro a causa de la soledad con la que ese hotel parecía convivir.

Entró de nuevo en la habitación y accionó el agua caliente en la bañera. Usó los productos aromáticos que el hotel había puesto, por cortesía, sobre el pequeño armarito del baño. El olor a lavanda inundó el habitáculo y el vaho empañó el gran espejo que presidía la sala. 

Se despojó de la ropa y hundió su cuerpo en el agua caliente. Cerro los ojos y dejó las horas pasar. Pasaron las horas hasta que algo despertó a la chica, no sabía que, no estaba segura pero no había sido el tiempo. Notaba algo, algún tipo de presencia. Salió de la bañera, ya tibia y se puso una toalla al rededor del cuerpo y comprobó todos los huecos y armarios de la habitación, paranoica.

''Seguro que no ha sido nada''. Un sonido estridente proveniente del exterior la hizo volver a la realidad, llovía. La noche preciosa y estrellada se había llenado de nubes oscuras que dejaban caer su contenido sobre aquel hotel. Las luces se atenuaban a causa de las interferencias eléctricas pero no llegaban a apagarse.

Dos golpes sonaron en la puerta.

Eon corrió justo para ver una sombra pasar frente a la puerta, a través de la mirilla. Tras abrir la puerta la avistó bajando las escaleras y decidió seguirla. Anduvo por los pasillos del hotel que crujían a su paso; bajó los peldaños de dos en dos y en cuanto hubo bajado lo suficiente, de uno en uno. En la quinta planta se acababa de cerrar una puerta, lo había visto, alguien se había metido en la habitación 560.

Eon observó el adorno navideño, la puerta en la que se había colocado era antigua, mucho más que el resto de las del hotel. Intentó escuchar algún ruido pero fue inútil. Todo era silencio.
Llamó a la puerta una vez y luego dos. La luz del pasillo se atenuaba cada vez más hasta que una por una se fundieron todas las bombillas. Se podía ver bajo la puerta una luz vibrante, proveniente de una vela. Se escucharon pasos acercándose a la puerta y el sonido de la mirilla era imposible de no percibirse. Luego un soplido que acabó con la luz que se filtraba a través de la puerta, nadie abrío a Eon, solo la abandonó en la oscuridad.

La chica bajó a la recepción, algo asustada. El árbol ya no estaba decorado con bolas rojas, en su lugar eran negras, muchas de ellas rotas, en la cúspide había una estrella cuyas esquinas estaban partidas.
Tocó el timbre del mostrador repetidamente, necesitaba un mínimo contacto humano.
Llegó a sus oidos un leve susurro, el aire se colaba entre las rendijas de la puerta por la que apareció por primera vez el recepcionista centenario. No estaba cerrada y no pudo evitar saltar el mostrador y posar la mano en el pomo esférico y frío. Abrió lentamente la puerta con un chirrido que le puso los pelos de punta para encontrarse con un largo pasillo encharcado. Ninguna luz le ayudaba a vislumbrar sus pasos pero no paró, no quería volver a subir aquellas escaleras sola.

La puerta se cerró tras ella. ''Ha sido el viento, nada más''. Cada vez había más aguna en el suelo y el frío calaba hasta los huesos.

-¿Qué hace usted aqui, señorita?

Eon miro a los ojos a aquel que pretendía ser el recepcionista. Estaba demacrado, sus ojeras eran pronunciadas y la caída del pelo era notoria, las arrugas acentuaban más su vejez, ahora podría tener un milenio. El traje estaba raido y su mano sujetaba un candelabro que vibraba en la oscuridad del pasillo.

-Esta es un área restringida, solo para personal del hotel.

Gracias a la luz que portaba el hombre, pudo ver que el líquido del suelo era rojizo, lo que bastó para que Eon girara sobre si misma y corriera de vuelta hacia la noche.

No le hacía falta mirar atrás para saber que estaba siendo seguida, tal vez el hombre no corría, simplemente caminaba lentamente hacia su posición sabiendo que al final la atraparía. El sudor mojaba su frente, que se enfriaba rápidamente produciéndole escalofríos. La puerta no se abría, el pomo no giraba, estaba perdida.
La luz se acercaba más y más y ella temblaba.

No pensó en lo que hacía, sus piernas se movieron solas cuando tiró abajo la puerta y corrió hacia la salida. Junto a la lluvia una niebla espesa no dejaba ver nada a la chica. Nada por delante, nada por detrás, el hotel estaba oculto tras esas nubes grises. Sólo veía una luz suspendida en el cielo, junto a una silueta, a la altura a la que debía estar la quinta planta del hotel.

560.

No aguantaba la desesperación, ¿Por qué tuvo que escaparse de casa? ¿Por qué se enfadaría con Gregor?

La puerta del hotel se abrió de un golpe, lo sabía por el sonido y por la luz del candelabro que flotaba, difusa.

El frío pudo con Eon haciéndola caer en la hierba mojada por el rocío. Notó unos brazos que la cogían y la llevaban de nuevo hacia la perdición, hacia su miedo.

''El miedo solo nace en su mente, Eon, no existe realmente''. Gregor siempre sabía que decir cuando se asustaba en la noche, luego se acurrucaba a el y dormía sobre su pecho, notando su respiración calmada.
Pero Gregor no estaba allí.

Vio, con los ojos entrecerrados como su portador subía las escaleras una a una, con una firmeza digna de elogio. No tuvo prisa, se tomo su tiempo hasta llegar a la quinta planta y ponerse enfrente de la habitación adornada con una aureola.

-Abre la puerta.

Su voz era segura y concisa, era centenaria, era milenaria.

La puerta se abrió lentamente atrapando a los nuevos huéspedes en una gran oscuridad.

Las sábanas cubrieron su cuerpo y notó como la respiración comenzaba a faltarle.

-Lo siento, preciosa, te quiero y necesito estar contigo toda la vida.

Gregor besó su mejilla, sus labios eran fríos.

Nada había sido casualidad, se conocieron hace dos años, en navidad y pasaron por el Hotel Humblebone esos dos mismos años. Esa misma noche pelearon muy fuerte, Eon no recordaba por qué pero si tomo la publicidad del hotel que reposaba en la mesa de la cocina y no se lo pensó dos veces.

-Es la hora Gregor.

Eon abrió la boca por primera vez ante la persona en la que más confiaba hasta esa noche.

-Gregor... ¿Qué esta pasando?

-Aquella noche de navidad yo me hospedé en la habitación 664, mi familia había muerto en un accidente de tráfico y no tenía nada por lo que seguir aqui. Tras emborracharme me lancé por el balcón, el viento ayudó a que cayera en la terraza de la 560 pero el golpe fue mortal. Yo morí esa noche. Yo anduve esa noche por primera vez como ser inmaterial, yo te conocí esa noche, yo te amé esa noche y, por primera vez en mi historia, tuve una razón para vivir. Ya era demasiado tarde.

Eon sabía que no había terminado de hablar asi que esperó a que continuara.

-Una persona solo puede tener forma espectral durante dos años, y hoy acaba mi tiempo. Te quiero, te iba a llevar conmigo pero ahora no puedo, necesito que tu quieras hacerlo. Necesito que quieras venir conmigo.

Eon tuvo tiempo de responder, ella lo sabía, por lo que tardó unos minutos.

Le gustaba la navidad, le gustaban las estrellas, le gustaban los baños largos y calientes pero si había algo que verdaderamente le gustaba, era Gregor.

Tomó su decisión, el vivir en una navidad continua, flotar en un baño infinito, volar hasta las estrellas y nunca separarse de Gregor.

El miedo nace en las personas, en sus mentes, el miedo deriva de la locura personal del ser humano. Todos estamos locos, no hay forma alguna de que una sola persona en el mundo este totalmente cuerdo, esto Eon lo sabía.

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